lunes, 28 de diciembre de 2009

El peligro de enamorarse en un tren...



Algunos lectores, en especial del genero masculino, me han preguntado cómo me ha ido con las mujeres; qué tal son las australianas en temas del amor y otros demonios. Aunque esta es una tela que tiene mucho de donde cortar, pues no solo encuentra uno australianas, sino también europeas, asiáticas y latinas, les contaré una historia que, creo, me dejó marcado.

La tarde caía en Sidney en un día de mediados de noviembre. Terminaba una llovizna cansona de aproximadamente tres minutos y me aprestaba a tomar el tren de la línea de Lidcombe que me dejaría en la estación de Museum, cerca de mi casa en la calle Flinders. Había estado caminando todo el día y mi único deseo era regresar a casa a ver una película que recientemente había comprado: Crepúsculo, la del vampiro pálido y enamorado. En realidad no soy fanático de la película, pero en la tienda en donde generalmente las compro, el DVD estaba en promoción: 12 dólares.

Abordé el tren en la estación de Wynyard y busqué una de las sillas para ubicarme. Iba medio distraído escuchando música desde mi Iphone cuando de repente sentí el que mundo se detenía, todo a mí alrededor se congelaba e incluso el tren no quería arrancar. Ahí estaba ella. Su nombre: Kate.

Por lo general, cuando se viaja en el sistema de transporte australiano, que incluye buses y trenes, se corre el peligro de enamorarse más de una vez. En cada parada del autobús, en cada estación de tren, abordan mujeres extremadamente hermosas, con rasgos físicos de muchas regiones del mundo, que resultan ser aún más atractivos para nosotros. Una de ellas se llamaba Kate.

Estaba sentada en la silla de la mitad, del segundo piso del tren. No pude evitar mirarla pues su rostro era tan perfecto que me impedía mover mis ojos hacia otras direcciones. Me tenía hipnotizado. Para fortuna mía la silla de al lado estaba vacía y decidí sentarme ahí.

Uno de los trucos para mejorar el inglés en Sídney es hablar con las personas en la calle. Preguntar cosas simples: ¿Me puede decir la hora?; perdón, ¿sabe dónde queda esta calle? – así uno sepa dónde queda-; ¿qué bus debo tomar para llegar al Ópera House?, ¿estudias o trabajas?, entre otras. Yo lo había intentado en un par de oportunidades, en muchos casos las personas responden con una amabilidad interesante.

Esta mujer era espectacular, con todas las palabras buenas que la palabra espectacular pueda significar. Debo aclarar que no era el prototipo de modelo de Victoria Secret, revista Soho o portada de los catorce cañonazos bailables. No. Era una mujer sencilla, pero con una belleza tan impactante que desde el momento en que la vi centró toda mi atención. Tenía cabello castaño largo y liso, piel blanca, y ojos color miel. Tenía unas gafas – al parecer recetadas – pero con un modelo que la hacía ver más interesante aún: intelectual, lectora, investigadora, ejecutiva, ufff.

Llevaba un sastre negro de dos piezas; falda un poco más debajo de las rodillas, ceñida al cuerpo, y tacones altos. Su camisa blanca contrastaba maravillosamente con su chaqueta. Como muchas personas que a diario transitan en los trenes de la ciudad, ella llevaba puestos sus audífonos para escuchar su música predilecta, mientras el tren anunciaba la llegada a su destino. Asimismo, no dejaba de mirar su Blackberry, en el cual, supongo, estaría al tanto de su correo electrónico o actualizando su perfil en Facebook.

¿Quién era esta mujer tan perfecta? ¿De dónde había salido? ¿Sería una señal? Había algo que me tenía inquieto.
Me decidí a hablarle. ¿Qué podría perder? Cualquier cruce de palabras o de mirada sería una ganancia para mí, y saldría con una sonrisa. Tenía un enemigo implacable: el tiempo. Además no sabía en qué estación se bajaría ella. Haciendo un cálculo rápido contaba con aproximadamente siete minutos para entablar un conversación; éste era el tiempo que el tren se demoraba en arribar a Museum, mi estación de llegada. ¡Dios, qué nervios.! Me sudaban las manos y los dedos de los pies.

Había detallado que portaba unos documentos, en los cuales se veía el logo del banco Commonwealth de Australia. ¿Trabajaría allí?, me pregunté. Y si me dice que no, ¿qué preguntó después?
El tiempo corría, los nervios aumentaban y yo no hacía nada. El tren había arribado a la estación de Circular Quay. Yo seguía mudo, atónito, impávido, congelado, en resumen, un idiota. -Apúrate Luchito, se te puede estar escapando la mujer de tu vida. -

-Disculpa, podrías indicarme cuál es la estación de Museum. Allí debo bajarme y aún no me ubico. - Ella, muy amablemente y con una leve sonrisa me explicó que debía esperar dos estaciones para llegar. Le di las gracias y volteé nuevamente la mirada. Había roto el hielo y había recibido una respuesta, que aunque ya la conocía, era satisfactoria para mí. Pero algo me preocupó: En los tres segundos que cruzamos las miradas, noté a través de sus lentes, que tenía un par de lágrimas frescas. ¿Qué tendría esta mujer? ¿Tristeza, soledad, trabajo, estrés, desamor?

Más causas cruzaron por mi cabeza, pero me detuve, pues debería centrarme en mi estrategia para lanzar la segunda pregunta.

-¿Trabajas en el Commonwealth? -
-Sí-, me respondió a secas.
-Es un buen banco para estudiantes, yo tengo mi cuenta ahí.-
-Qué bien.-

O no le interesaba, estaba aburrida o no quería hablar con nadie, pues sus respuestas me indicaban eso. Mis ánimos se agotaban y empezaba a hacerme la idea de que ella no era. Así de sencillo. Aunque no podía dejar de pensar en el motivo de su tristeza; sin embargo, si apenas contestaba a secas mis respuestas no me atrevería a preguntar sobre asuntos personales so pena de ser tildado de sapo metiche.

Habían pasado más de cinco minutos y, en unos segundos más, el tren arribaría a mi estación. Lancé mi última pregunta.

-Siempre he querido tener una tarjeta de crédito de ese banco. ¿Es muy difícil obtener una?. -
-No. Llenas una solicitud y te presentas en cualquier oficina.-
-Tienes una tarjeta, por si tengo alguna inquietud-
-Mmmm.. déjame ver…. . … Es tu día de suerte. Es la última que me queda-
-Gracias por todo, aquí me bajo.-

Salí de la estación de Museum, y me dirigí a mi casa, ubicada a unas 12 cuadras de ahí. Mientras caminaba, miraba la tarjeta de esta mujer. Ejecutiva de cuenta del Commonwealth Bank. Mi impresión me decía que tendría unos 26 años. ¿La llamo o le mando un mensaje de texto?. ¿Pero qué le digo?. Sus actos durante nuestra pequeña reunión en el tren mostraron que no existían los más mínimos indicadores de interés hacía mí. Entonces la solución era olvidar el asunto. Pero mi lado idealista del amor salió a flote y decidí mandarle un mensaje de texto.

-Kate, no sé el motivo de tus lágrimas, pero lo que pueda ser, lo superarás. Ánimo. Luis, el que estaba en la silla del lado del tren ;). -

“Send” Presioné el botóncito de mi celular y el mensaje salió sin demora. Ya había caminado unas dos cuadras y no dejaba de mirar la pantalla del celular. Ansioso, esperando. Al no tener respuesta, lo guardé en mi bolsillo derecho del pantalón. Pasaron unos 23 segundos cuando sentí la vibración que significaba un mensaje entrante. La ansiedad superó los niveles permitidos. Poco a poco saqué mi teléfono y con el mayor sigilo dirigí mi mirada hacia la pantalla. -¿Dónde estás?. - Era un mensaje diferente. De mi amiga Pilar.

Continuaba caminando, y a medida en que el minutero de mi reloj avanzaba, se desvanecían las esperanzas de obtener alguna respuesta de aquella mujer que había impactado mi universo.

Serían más o menos las 6 y 23 minutos de la tarde y aunque mi lado idealista me impulsaba a conservar una esperanza, mi lado realista me indicaba que no había nada que hacer. Me sentía como el hincha de su equipo de futbol que espera empatar un partido en una final, para prorrogar su esperanza de ganar el título. Que corre el minuto 91 ó 92 y su corazón palpita, se muerde las uñas, arruga su camiseta, llora, se desespera y, tristemente, el árbitro anuncia el final del juego. Su ilusión había terminado. Yo sentía que mi partido había terminado desde que las puertas del tren se abrieron para bajarme en mi estación.

Para pasar el rato hice un pequeño mercado y llegué a mi casa. Esa noche miré la película “Crepúsculo”. Precisamente para rematar mi noche, la película era bastante romántica y sufrida para sus protagonistas; incluyendo diálogos como “Nunca pensé mucho sobre cómo iba a morir, pero morir en lugar de alguien a quien amo parece ser una buena manera; No puedo perder el control mientras estoy a tu lado”, entre otras. Y con ese par de frases, más otras igual de profundas, el vampiro se levantó a la protagonista.

Aquí recordé mi frase de amor que le dije a la mujer del tren: - ¿Es muy difícil obtener una tarjeta de crédito? - Qué romanticismo.

Se acercaba la media noche y al finalizar la película me acosté a dormir. Estaba muy cansado y fue relativamente fácil caer en un profundo sueño. Pasadas un par de horas, me levanté a mi rutina de siempre con los periódicos. Aún medio dormido revisé mi celular y la pantalla me indicaba un mensaje recibido.
Mi estado aún de somnolencia no me permitía recordar la situación vivida la tarde anterior, así que guardé mi celular y me dirigí al trabajo. Ya más despierto y en camino hacía mi “oficina” lo revisé nuevamente y abrí el mensaje que había recibido.

-Hola Luis, gracias por tu mensaje. Me sacaste una sonrisa. Si aún estás interesado en la tarjeta de crédito, puedes venir a mi oficina. 647 George Street. Saludos. Kate -

Había revivido mi esperanza. Tenía más tiempo de juego en el partido para demostrar que podía ganar. Pensé en responder el mensaje inmediatamente, pero mi lado realista me recordó: -Calma Luchito, si ella te respondió varias horas después, no muestres demasiado interés tampoco-.

Terminé mi rutina laboral y me dirigí a mi casa nuevamente. Me preparé el desayuno y leí los periódicos del día. Aún haciendo estas labores diarias, una ansiedad pequeña se me iba metiendo por el cuerpo pensando en el mensaje que había recibido.

Mi siguiente estrategia se centraría en preparar la visita al banco. Obviamente tenía otro chance de conocerla mejor y ésa era la oportunidad. Dos días después llegué a la oficina del banco. Rápidamente una de las asistentes se acercó a preguntarme el motivo de mi visita.

-¿En qué puedo ayudarle?-
-Me gustaría saber cómo obtener una tarjeta de crédito.-
-Claro que sí, por favor aguarde aquí y en un momento una de nuestras asesoras lo atenderá.-
-Mmmm, en realidad estoy buscando a una de ellas, que me habló de una de las tarjetas, Kate.-
- Ohh, sí. Ella en este momento está con otro cliente, pero le avisaré que usted está aquí.-

Me senté durante varios minutos que me parecieron eternos. Nuevamente me sentía como esa primera vez que la veía en el tren. Imaginaba como sería el encuentro; Kate se lanzaría a mí y me abrazaría tan fuerte que me dejaría sin aire; me daría un gran beso y luego al oído me susurraría: me hace feliz que estés aquí. Ayyyyy el amor…
-¿Luis?.- Escuché mi nombre. Me volteé y la vi. Hermosa como siempre.

-Mucho gusto, soy Kate. ¿Requieres información sobre una tarjeta de crédito?, vamos a mi oficina y te explico. - Claramente no me había reconocido. Mucho gusto, un gato más.

Ingresamos a la oficina y me explicó brevemente el procedimiento para adquirir una tarjeta de crédito para estudiantes. Me pidió unos datos sobre mi cuenta de ahorros y descubrió un secreto que le había escondido desde nuestro encuentro en el tren. Yo ya contaba con una tarjeta de crédito de ese banco.

-El sistema me dice que ya tienes una tarjeta. ¿Deseas otra, aumentar tu cupo tal vez?-
-No, mira, bueno, la verdad es que….. no sé si me recuerdes soy a quien conociste en el tren.-
-No, sinceramente no te recuerdo. Qué día fue.-

-Hace dos días, en la tarde, ibas en el tren, no sé a dónde e ibas triste. Parecía que lloraras.-
-Ahh sí, te recuerdo, eres el chico del mensaje de texto. Fue un lindo gesto de tu parte.-
Estaba atrapado, ya no podía inventar más excusas sobre tarjetas de crédito, bonos del tesoro, etc. Tenía que lanzarme. Como pude me armé de valor y solté la siguiente frase que cambiaría para siempre mi vida.

-¿Y qué más?-

Ella me miraba algo extrañada, aunque sonreía un poco, lo que consideraba algunos puntos ganados en mi estrategia.

-Kate, la verdad es que simplemente busqué una excusa para hablarte ese día en el tren. Así como para venir a saludarte hoy. Yo no necesito ni tarjetas de crédito, ni abrir otra cuenta para ganar más intereses. Simplemente vine a verte y a decirte que me pareciste una mujer muy hermosa, y que lamento que estuvieras triste ese día. Me gusta comer donas y quisiera invitarte una.-

Aclaro que todo esto se lo dije en inglés, que sumado a mis nervios, ansiedad y demás demonios que me golpeaban por dentro, salió muy enredado. Aunque por su gesto entendí que lo había captado.
Con una sonrisa aún en su rostro me mostró su mano. En uno de sus dedos brillaba un anillo. -Soy una mujer comprometida-, señaló.

Me quedé mudo.

-¿Sigues ahí? - , preguntó irónicamente.
-No hay problema Kate, tu prometido no se enterará de lo nuestro. -, respondí jocosamente.
Kate soltó la risa.
-Eres un hombre muy divertido. -
-Tenía que intentarlo. Igual fue chévere conocerte. -
Me levanté de la silla y me dirigí a la puerta.
-¿Y mi dona? -, preguntó Kate. -El hecho de que esté comprometida no me impide salir a comer donas. Pero yo te invito el café, ¿te parece? -
-Sería un buen plan-, respondí.
-Yo salgo en dos horas, pasa por mí y vamos a Starbucks.-

En una hora y cincuenta minutos estaba sentado nuevamente esperando por ella en la recepción del banco. Segundos después salió ella. Nos dirigimos a un Starbucks cerca al banco. Allí hablamos por espacio de 43 minutos. La química entre los dos era evidente, aunque yo ya la había etiquetado como amiga, pues estaba comprometida. Ya más en confianza le pregunté el motivo de su tristeza.

-No soy feliz con mi vida.-- apuntó.
Explícame eso. Eres una mujer bonita, tienes trabajo, familia y te vas a casar. ¿Quieres más? -
-No sé, mi vida es cuadriculada. De la casa al trabajo, del trabajo a donde mi novio, luego a mi casa, y al otro día lo mismo -
-Y por qué no cambias? Rompe las reglas, vive la vida. -
-Suena tan fácil-
-En realidad lo es-
-Mañana saldré a tomar fotos en la noche, cerca al Opera House, quieres venir. Es un plan sencillo, sin reglas ni condiciones. Simplemente caminamos y vamos tomando fotos. Podemos rematar en McDonalds, comiendo papitas y helado. -
-No sé, no sé si pueda.-
-Sí puedes, inténtalo. Mañana a las 5 y 18 de la tarde te esperaré aquí en este café.-

Nos despedimos.

Al otro día, cinco minutos antes de la hora pactada ya estaba sentado esperándola. Pedí un café y luego miraba por la ventana en dirección del banco. No había rastro de ella. Siendo las 5:27, cuando ya daba la daba por perdida, llegó.

-Lo siento, mi jefe me demoró. Además quise cambiarme para caminar y tomar fotos. -

Efectivamente llegó vestida con jean y camiseta. Sin maquillaje. ¡Dios! Sí que se veía hermosa. Durante nuestra sesión de caminata y de fotos hablamos de nuestras vidas. Si no supiera que estaba comprometida, juraría que había una gran empatía entre nosotros, pues había miradas fijas de bastante duración, toques leves de mano, abrazo iba y venía. Aunque no me arriesgaba a hacer nada más, pues la palabra “comprometida” retumbaba en mi cabeza.

Yo le conté que iba para Colombia en algunas semanas, pero que me gustaría seguir en contacto con ella. Que aunque comprometida podíamos tener una linda amistad – esto sonó muy cursi, jajaja-.
-Yo también saldré de vacaciones. Voy para Europa la siguiente semana. Pero estaremos en contacto. Contigo se pasan momentos divertidos.-, apuntó.

¿Se va para Europa la siguiente semana? , ¿no es feliz con su vida?. ¿Regresará ya casada? Ay Dios.. ¿qué hago?. El tiempo de la cita se acababa y presentía que no la vería más hasta nuestros respectivos regresos de vacaciones.

¿Y si intento algo? Otra vez la ansiedad se apoderó de mí. Me sentía como un niño que debía decirle a su mamá que había perdido una materia en la escuela. Se acercaba la hora de la despedida.
-Luis, en realidad fue un placer conocerte. Te deseo un buen viaje y nos veremos el próximo año.-
Se acercó, me dio un beso en la mejilla seguido de un abrazo de siete segundos. Yo estaba mudo. Con la cabeza asentí la despedida y levanté mi mano para decir adiós.

Poco a poco se fue alejando, dio tres pasos hacia atrás y giró su cuerpo para caminar hacia su destino.

Comenzaba a alejarse…

-Kate, espera.-

Ella volteó.

-¿Sí?-

Me acerqué y le di un beso en la boca. No pasó de tres segundos, pero para mí fue un siglo.
Ella me miró. No estaba ni molesta, pero tampoco se veía feliz. No nos dijimos nada. Esperaba que ella pronunciara alguna palabra, o, en el peor de los casos, una cachetada australiana.
Nada, no decía nada.

Por los gestos de su boca, se disponía a expresar un par de palabras… Ya nada me importaba, la había besado y lo que me dijera, bueno o malo, no me importaría. Aunque esperaba que fuera algo bueno.

-Luis… -suspiró- quiero que sepas que…-

Mi celular sonó. Curiosamente no era el ringtone habitual, era la alarma que había programado la noche anterior para levantarme.

Ahí fue cuando me desperté….


FELIZ DÍA DE LOS INOCENTES… Jajaja!!

luiseduardo@lavidaenaustralia.com

Pdta: para quienes no conocen la tradición de las INOCENTADAS en Colombia, pues toda esta historia es inventada. Solo quise ver quién caía. No me odien.

Como compensación pronto publicaré una crónica real sobre las mujeres en Australia. Feliz año para todos.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

De regreso a la tierrita: Sidney - Los Ángeles - Houston - Bogotá



Luego de finalizar el colegio tuve dos meses de vacaciones. Las opciones eran varias pues en este país es fácil viajar a otros destinos tanto nacional como internacionalmente. Las opciones eran Tailandia, China, Japón, Nueva Zelanda, entre otras. Aquí pesó la tierrita y decidí viajar al país que me vio nacer: Colombia.

Había comprado los tiquetes con varios meses de anticipación y directamente en los sitios web de las aerolíneas –se ahorra bastante-. Cuando coticé el tiquete Sídney-Los Ángeles-Bogotá, una agencia de viajes en Sídney me lo ofrecía en AUD 2400. Visitando los sitios Web de las aerolíneas logré conseguirlo en AUD 1800. Simplemente acomodé las fechas entre vuelos. Obviamente para viajar a través de los Estados Unidos me exigían la visa.

Recuerdo cuando fui a solicitarla en el consultado de los Estados Unidos en Sídney. Siempre tenía en mente los cuentos que oía de aquellos que habían solicitado la visa. Comentarios como «uy, eso se la niegan; depende del cónsul; con los gringos no se sabe», etc pues me arriesgué a pedirla. Ese día fui, como siempre, con la tonelada de documentos entre certificaciones académicas, laborales, cartas de recomendación, extractos bancarios, foto impresa en frente del Ópera House, y demás papeles. Iba algo “tranquilo” pues ya tenía una visa de dos años en Australia, varias visitas a países en Suramérica y me había visto Armaggedon, Titanic y el día de la independencia. Me sentía preparado.

La taquicardia de entrar a una embajada o consulado americano es inminente. Imaginaba que la cola de aspirantes estaría más larga que 200 mil pesos de longaniza, pero curiosamente no había más de 20 personas durante ese momento. Eso sí, las medidas de protección me parecieron exageradas por ser Australia, pero ni modos de protestar so pena de que me negaran la entrada. Una vez adentro me atendió una mujer. Me solicitó los papeles, me ordenó sentarme y esperar. Allí, en una sala de espera, varios ciudadanos de diversas nacionalidades aguardaban su turno frente al cónsul. Había dos de ellos, hombre y mujer. La mujer estadounidense sonreía más y se le notaba más amable con los aspirantes. El otro sí tenía una cara de mal genio que se le notaba de lejos. Tengo la impresión de que todos querían entrevistarse con la mujer amable – me incluyo-. Las entrevistas con ella ser tornaban tranquilas; preguntas iban y venían. Los rostros de los entrevistados delataban todo. Miradas al frente y leve sonrisa era sinónimo de visa aprobada. Los demás rostros significaban: Hoy no fue.

Por dentro pedía que me atendiera la mujer. Comencé a ordenarle a mi mente: “que me atienda la señora, que me atienda la señora, que me atienda la señora, que me atienda la señora…” ¿Adivinen qué? Me atendió fue el hombre… « ¿Propósito de viaje a los Estados Unidos? », preguntó. «En realidad no voy para los Estados Unidos. Voy de paso para Colombia», respondí.«Ahhh, entonces usted no necesita una visa de turista, usted lo que necesita es una visa de tránsito. ¡Concedida! ». Cuando escuché esto se me pasaron unas trescientas veintidós frases para explicar por qué yo había dicho eso. Ya no podía hacer nada. Aquí no era como la tienda de barrio en que podía decir: «Vecina ¿me cambia la mogolla por un roscón? ». Sólo atiné a contra preguntar « ¿Disculpe, una visa de tránsito cómo funciona? ». «Es una visa de cinco años que le permite estar de tránsito hacía otro país las veces que quiera con una estancia de hasta ocho horas en el aeropuerto. Next!!! »

Sentí que ni perdí ni gané. Simplemente había empatado. Apenas llegué a la casa averigüé todo sobre la visa de tránsito y realmente es casi una “visa de turista” pues me permitía ingresar a Estados Unidos y estar hasta 28 días allí, siempre y cuando tuviera tiquete con destino a otro país, y, efectivamente, yo lo tenía.

Pasaron un par de meses y el día del regreso había llegado. El cuatro de diciembre arribaba a la hora prevista al aeropuerto de Sídney, cargado con una maleta grande, mi morral de montaña y otro pequeño morral de asalto que usaba como equipaje de mano. Haciendo el check in me llevé mi primera sorpresa: Tenía exceso de equipaje.

La tropa de amigos y contactos me habían encargado llevar los respectivos suvenires australianos, muchos de ellos “made in China” para sus respectivos familiares, amigos, y uno que otro tinieblo. En total, la aerolínea permitía 30 kilos de equipaje, sin importar el número de maletas, y yo llevaba 35. « ¿Puedo dejar cosas? », pregunté a la asistente. «Por supuesto», respondió ella sin titubear. Me salí de la línea de pasajeros con mis maletas y caminé hasta encontrar una silla. « ¿Y ahora qué dejo? ». Apenas abrí la maleta más grande me entró la pereza de comenzar a buscar y decidir qué dejar, además ¿dónde lo iba a dejar? ¿Con una de las azafatas, detrás de inodoro en uno de los baños y luego lo recogería?. ¡Patrañas!. Desistí. A pagar la multa. 130 dólares australianos del alma.

La salida por inmigración fue larga pero aburrida. Finalmente estaba a unos minutos de abordar el vuelo que me llevaría por primera vez a los Estados Unidos. Una vez la azafata anunció el grupo de filas donde se incluía mi silla ingresé al avión. Debo aceptar que este avión me descrestó. Pertenecía a una aerolínea relativamente nueva llamada V-Australia.

Para quienes saben de aviación, éste era un “Boeing 777-300ER es la versión con alcance extendido (ER, la designación para “Extended Range”), y contiene muchas modificaciones incluyendo los reactores GE90-115B que son los de la mayor potencia del mundo con un empuje de 115.300 lbf (513 kN)”, -tomado de Wikipedia-; para los que no tenemos idea de aviación este era tremendo animal. Y eso sentí apenas abordé. –Sí, era mi primer vuelo en un avión así-. Obviamente uno medio ignorante en semejante nave, no está exento de cometer alguna burrada. Había sido ubicado cerca de las salidas de emergencia hacia la mitad del avión. Mi silla era la de la mitad, de un grupo de tres, ubicado en la hilera central.

En esta posición tenía más espacio al frente para descansar, pero así mismo no tenía nada adelante, ni una pantalla de tv personalizada, o un tv grande para varios o por lo menos un libro de Sudokus. Nada. Frente a mí había una pared blanca, larga, cansona, y poco entretenida. « ¿Y ahora?», me preguntaba, afirmando una vez más que me había mordido el marrano. Ni corto ni perezoso me dirigí a una de las azafatas. «Disculpe, yo había solicitado que me ubicaran cerca a una de las salidas de emergencia y aunque mi petición fue aceptada, eso no significaba que renunciaba al sistema de entretenimiento durante el vuelo». « ¿Señor, dónde está ubicado? ». «Sígame y la llevo a mi silla». Luego de recorrer el pasillo derecho desde la cola del avión llegamos a mi silla. « ¿Ves? ». Tengo la impresión de que la azafata evitó reírse por decencia. «Señor en las salidas de emergencia los sistemas de entretenimiento están ubicados debajo de las sillas. Si usted se sienta y aprieta este botón tendrá su sistema de entrenamiento activado». Efectivamente la azafata activó el sistema y se desplegó una pantalla de video pequeña debajo de la silla y quedó en frente mío, parecido a aquellos pupitres de la universidad. « ¡Ups, qué oso!»

Pasada la pena, me encontraba sentado en medio de dos extranjeros. Uno de ellos me saludó y comenzamos una amena conversación que se alargó por espacio de una hora mientras el avión despegaba, ganaba altura y nos servían la comida. El hombre era un australiano que viajaba a Estados Unidos a pedir la mano de su novia norteamericana. Su vida se enfoca en dar esperanza a jóvenes caídos en desgracia, infelices o con problemas, según me contó. Una de sus hazañas fue haber atravesado caminando casi toda Latinoamérica. La única parte que no pudo atravesar caminando fue el famoso Tapón del Darien, una zona selvática inhóspita, casi inexplorada ubicada en medio de la frontera entre Colombia y Panamá.

Luego pasamos a la cena y nos dedicamos a disfrutar del entrenamiento. Este era un sistema interesante con varias alternativas para que los pasajeros no se aburrieran. Incluso había una opción de entrar a una sala de chat para interactuar con otros pasajeros dentro del avión. Por curiosidad ingresé, pero era evidente que nadie aparecería pues rondaba casi la media noche, muchos pasajeros ya dormían y no veían como opción conocer a alguien en un chat de un avión. Aunque sí conservé la esperanza de conocer a una australiana aburrida en el vuelo y que luego de varios minutos de charla me dijera: «Qué te parece si nos vemos detrás de la cabina de los pilotos. Te espero en cinco minutos, estoy con una camisa blanca y bufanda».
Escogí una de las películas que ofrecían, pasando por algunos videos musicales y juegos de video, para finalmente quedarme dormido. Faltando unas dos horas para el aterrizaje conversé nuevamente con Samuel, el australiano, aunque su nombre de pila era Sam. Le pregunté el porqué de su nombre y me dijo que había sido en honor al arcángel Samuel.

No hice más preguntas. Curiosamente llevaba una especie de férula en ambos brazos debido a un accidente ocurrido en sus travesías. Un día iba caminando, las estrellas brillaban, miraba los pajaritos, el cielo azul…. Y ¡ZAS! Se fue de jeta contra el planeta. Afortunadamente no pasó a mayores. Sam se veía enamorado. Incluso me mostró el anillo de compromiso e hicimos un saludito, en video y en español, para su prometida, deseándole feliz navidad. Quedamos en encontrarnos en Sídney a nuestros respectivos regresos pues quiere aprender más español y yo quiero tener más amigos que me hablen sólo en inglés.

Una vez aterricé en el aeropuerto de Los Ángeles en Estados Unidos sentí una ansiedad por estar ahí. Como si mi inconsciente se untara de esa imagen que tenemos – que a veces creo que es entre nosotros mismos los que nos tratamos tan mal, nos discriminamos y nos damos tan duro- . Varios minutos después ya estaba haciendo la cola de inmigración. Personas de todas las nacionalidades esperaban ansiosamente su turno frente al oficial sentado en los puestos de inmigración. Algunas personas pertenecientes a los equipos de seguridad del aeropuerto anunciaban en inglés y español las indicaciones que deberíamos seguir antes de presentarnos. Algo que me pareció curioso es que muchos de los oficiales a cargo de inmigración tenían rasgos de otras regiones. El que me atendió parecía tener ascendencia mexicana, y su lado en otras cabinas vi otro par de ascendencia asiática.

A medida que la fila avanzaba muchos de quienes esperábamos ingresaban sin inconvenientes, algunos otros eran demorados más de lo normal y a un par, mientras esperaba mi turno, vi cómo se les solicitaba esperar mientras llegaba otro oficial para llevarlos a una entrevista personalizada.

Mi turno llegó. Estaba inquieto pero tranquilo, o más tranquilo que inquieto. En fin; presenté mis papeles. « ¿Motivo de viaje? » «Estoy de tránsito para Colombia». « ¿Qué hace en Australia? » «Estudio».

Sin más preguntas me tomó unas huellas, una foto y me puso el sello de ingreso. «Bienvenido». Me pareció una entrada normal. Cuando salía del aeropuerto, el señor encargado de revisar que efectivamente llevábamos nuestros equipajes me preguntó con acento mexicano si venía por negocios. «De vacaciones», respondí. Fue mi último encuentro con la autoridad antes de ingresar definitivamente a Los Ángeles.

Al salir del aeropuerto había un grupo de voluntarios ayudándole a las personas desubicadas. Una señora se me acercó ofreciéndome “voluntariamente” su ayuda. Le di la dirección de mi hotel y me indicó que a dos cuadras una camioneta me recogería. Le dije gracias por su ayuda y me hizo cara de que gratis no había nada. Saqué algunas monedas para entregarle pero me dijo que no recibían monedas. En total había unos ocho dólares australianos en monedas pero ,aún así, según sus políticas, no estaba permitido recibir monedas. Le di las gracias y le dije que lo sentía mucho, que entonces me iría a buscar a una persona que me recibiera las monedas, pues para mí eran dinero. La señora insistía en que debía hacer mi aporte voluntario y terminé dándole un billete de cinco dólares australianos. Luego un señor filipino me indicó que debía esperar a que llegara mi taxi. El hombre llevaba 36 años en Estados Unidos, con un español a medias y aburrido con su trabajo. Le pregunté que cuál era su objetivo en este país: «Lograr mi pensión y regresarme, aunque sólo con mi esposa pues mis dos hijos nacieron aquí y aman este país. Una vez los llevé a Filipinas de vacaciones y no les gustó». A veces creo que los países son como los papás; papás no son quienes nos engendran, sino quienes nos crían.

Una vez instalado en el hotel me sorprendió un poco que la gran mayoría de personas hablaran español. Al otro día salí a conocer el downtown en Los Ángeles y noté que la influencia hispana en esta zona es altísima, casi me sentía en una ciudad latina pues muchos hablaban español, veía avisos de tiendas, almacenes y restaurantes en español. Incluso los mensajes de audio del metro se anunciaban en los dos idiomas. Creo se debe a su cercanía con la frontera mexicana. Realmente no podría dar una idea exacta de lo que es Estados Unidos pues apenas estuve tres días; aunque sí quiero resaltar un par de cosas me sucedieron.

En el downtown iba caminando songo sorongo, tomando fotos cuando vi un carrito de McDonald’s -como el de la foto- súper bonito, esperando a que cambiara el semáforo. Corrí a tomarle una foto cuando escuché un grito: «Corttteeeeeeeennnn». El carrito hacía parte de un comercial de McDonald’s que filmaban en ese momento y yo, cual gato metiche, me les había tirado la toma. Uno de los coordinadores me gritó que me quitara. «No necesita gritarme para que le entienda», le respondí. Al rato llegó una de las coordinadoras y ella sí me solicitó amablemente que me retirara. Le ofrecí disculpas por la interrupción. Ella me indicó donde ubicarme para no interrumpir la toma y ahí estuve un buen rato observando cómo se desarrollaba el comercial. Aunque parecía un día normal, desde los policías, hasta los taxistas y transeúntes, todos eran actores contratados por la producción.

En Los Ángeles se puede pasar de la opulencia de Hollywood, Beverly Hills, Rodeo Drive entre otros, a la pobreza en otros suburbios. Hay una línea de metro, que me pareció súper efectivo, pero me contaban que sólo lo usan los inmigrantes recién llegados, los pobres y los indigentes. A mí me paseó sin problemas, aunque reconozco que la primera impresión de algunos de sus pasajeros era algo tenebrosa. Los Ángeles es una ciudad grandísima y es casi una obligación tener un auto. De la zona opulenta se caracterizaban las mansiones de varios millones de dólares, pasando por carros lujosos, tiendas de marca y calles casi perfectas. De la zona pobre curiosamente veía personas viviendo casas viejas, con daños, pero en su garaje un gran auto. Un inmigrante me dijo que en algunos casos estas personas llegaron a poblar estos suburbios porque debido a la crisis hipotecaria que hubo, perdieron sus casas y no tuvieron opción. «En otros casos, simplemente tú puedes llevar tu carro y mostrarlo en todas partes, tu casa no», puntualizó.

Cuando fui en el metro a Hollywood, para salir de la estación hay que tomar una escalera eléctrica larga, una vez la fui subiendo comencé a ver las luces y a sentir el ambiente de Hollywood, pues la estación queda casi al frente del paseo de la fama, donde están ubicadas en el piso más de 2.000 estrellas en honor a las celebridades. Aunque lo que verdaderamente me llamó la atención fueron los personajes que se disfrazan de las celebridades, pero con una calidad y actitud que cualquiera pensaría que efectivamente son ellos. A través de las calles pude ver a los Piratas del Caribe, Batman, el Guasón, Bumblebee – el Chevrolet camaro de Transformers-, Snoopy, Bob Esponja, entre otros.

Estos personajes viven de las propinas que las personas les dejan por tomarse fotos con ellos. Es más, sería una buena opción si uno se queda sin trabajo. Si usted se parece a una celebridad disfrácese y déjese tomar fotos con los turistas. O compre un disfraz de Pluto, Tribilín, Donald, Barney, y tendrá un dinerito extra.
Lo que me decepcionó fue saber que Batman y El Guasón eran muy buenos amigos, incluso algunas veces, en presencia de sus fans, se repartieron las propinas que les daban los turistas.

No hubiera conocido nada de esto de no ser por Facebook. Gracias a Facebook conocí a Susana, una colombiana radicada en Los Ángeles quien amablemente me paseó por casi toda la ciudad. Gracias a ella y a su esposo Michael por su hospitalidad durante mi estadía. ¿Ven? No todo en Facebook es malo. Ella me llevó a comer al restaurante colombiano La Fonda Antioqueña. El local estaba adornado con pequeños cuadros de Fernando Botero, fotos con artistas latinos famosos y los dueños, y la comida, como restaurante colombiano que se respete, en grandes cantidades. Solo pude comer medio plato de la carnita desmechada que había pedido.

Luego de más visitas, compra de regalos y un intento de gripa cansón, llegó la hora de volar a Bogotá. Saliendo del aeropuerto de los Ángeles me quitaron mi bebida multi vitamínica que Susana me había dado para el viaje. En comparación con el Aeropuerto de los Ángeles, el de Houston, donde hice escala, me pareció espectacular, aunque llegué casi a media noche y casi todo estaba cerrado. Me subí al avión con rumbo a Bogotá.

Luego de casi 20 horas en aviones y 72 horas en otros países finalmente aterrizaba de madrugada en Bogotá. Me esperaban mi hermana y mi amigo Juanito.

Algunos amigos de Australia y otros países me dejaron mensajes preguntándome cómo veía a Colombia, a Bogotá, a la gente.

Ya les contaré.

A la conquista!!!



Nota del autor: Quiero agradecer a las personas, especialmente colombianos en el exterior, que ven reflejadas algunas de sus experiencias en el extranjero, con las descritas aquí. A los que me felicitan por como escribo y que me animan a seguirlo haciendo, a ellos gracias. A quienes no están de acuerdo con muchas de las cosas que escribo, pero que con respeto hacen sus críticas, a ellos también gracias.

En cambio a los que critican por criticar, que nada les gusta, que viven amargados, les tengo un truco buenísimo para mejorar su calidad de vida. Este truco lo aprendí hace algunos años cuando comencé a aprender sobre computadores. Arriba de sus pantallas, en los navegadores de internet del sistema operativo Windows, en toda la esquina a mano derecha, hay una X. ¿La ven? A la cuenta de tres dan clic y se les soluciona el problema.

A ver, yo les ayudo: A la una….. a las dosssss yyyy a lasssssss tresss!. ¡¡¡ CLIC !!!

martes, 8 de diciembre de 2009

El hampón que no sabía hablar inglés



Hace algunas semanas una amiga fue víctima de un atraco en Sydney. ¿Cómo, en Australia? Se preguntarán muchos. Sí, en Australia. Aquí también matan, roban, estafan, entre otros problemas, aunque la tasa es bastante inferior frente a países donde estos acontecimientos son considerados deporte nacional.

Patico, apodo que le pongo para que no sepan que se llama Patricia, que le decimos Paty y que aparece en la foto, caminaba tranquila por una calle más de las miles que hay en Sydney, por el suburbio de Dulwich Hill. Ella regresaba luego de su jornada de trabajo en un colegio. Eran aproximadamente las nueve y diecisiete minutos de la noche y algún amago de lluvia asomaba. Estaba contenta pues se acababa de comprar una blusa y no veía la hora de llegar a casa para medírsela nuevamente.

A pocas cuadras del colegio, Paty seguía la misma ruta de todas las noches para llegar pronto a su apartamento. De repente, en frente de ella, a unos pocos metros, apareció un hombre que caminaba en su dirección. Patico realmente nunca imaginó lo que sucedería, pues estando en tierras australianas la sensación de inseguridad que traemos de nuestros países se va perdiendo poco a poco. Patico pensó que era un habitante más, otro inmigrante, mejor dicho, otro gato.

La situación parecía el cuento de Caperucita Roja. Ella caminaba con su canasta de pasteles – en este caso su bolso, con la blusa nueva y otras pertenencias-, por el camino en medio del bosque para llegar a casa de la abuela. De pronto apareció el lobo. –Hola caperucita, ¿a dónde te diriges- etc…

Lo diferente del cuento con la situación real es que aquí no apareció un lobo, lo que apareció fue severa rata, es más rata es poquito comparado con este malandro maldito. Sin mediar palabra, el hampón comenzó a golpear a Patico. Uno de sus primeros golpes fue a dar en su rostro. Quedó medio privada. Estoy seguro de que este hampón no sabía hablar inglés, pues hubiera sido más sencillo pedirle la plata, el bolso, o el celular. Aunque claro, en las escuelas de inglés no enseñan eso, sólo aprendemos en situaciones legales. Can I have a beer?, sorry, could you help me please?. Si este atracador hubiera pasado por una escuela de inglés, con un simple excuse me, can I have your bag, your money and your mobile, please? se hubiera ahorrado la golpiza, el susto y las demás angustias vividas.

Pero no, este idiota siguió golpeando a Patico, con una sevicia de boxeador de peso pesado. Patico, instintivamente comenzó a gritar, y a pedir por ayuda. El animal se ensanchó en tratar de quitarle el bolso, que para infortunio de Patico se lo había puesto cruzado por el cuello, entonces los golpes se intensificaron para tratar de arrebatárselo. Al final, de tanta fuerza, el ladrón logró quitárselo y huir. Algunos vecinos, alertados por los gritos, socorrieron a Patico. Fue subida a un taxi con rumbo al hospital más cercano. El resultado de este atraco: Quijada dislocada, moretones por la cara, el susto del atraco, un bolso perdido, una blusita sin estrenar y aproximadamente 500 dólares de botín para el ladrón.

Yo me enteré de la situación al otro día. Un amigo en común me llamó a contarme lo sucedido. Salí hacía el hospital al cual habían llevado a Patico. Allí la encontré, su rostro reflejaba la tragedia. Estaba casi irreconocible, aunque consciente. Incluso su acento era diferente pues al tener la quijada dislocada su forma de hablar era extraña, casi como un acento 100% australiano. Me recordó la imagen de una mujer de la costa colombiana, de la alta sociedad, quien hace unos años fue salvajemente golpeada por el animal que tenía -¿o tiene?- por marido. La impresión era casi la misma. En el hospital ubicaron a Patico en una camilla, junto a otros pacientes. En este sitio la atendieron bien y le brindaron los cuidados necesarios mientras la evaluaban los especialistas. Debo anotar que un par de enfermeras estaban bien lindas.

Durante su estancia en este hospital, comenzó un desfile de visitantes, dentro de los cuales se encontraban médicos especialistas, enfermeras, policías, amigos, el arrunche, incluso un par de periodistas de algún periódico medio amarillista con tal de tener la chiva para sus ediciones. Todos abrumados por lo que le había pasado a Patico, incluso le asignaron un psicólogo para evaluar un posible trauma emocional. Esto sí me pareció curioso, pues aunque para Australia esto puede ser un suceso extraño, nosotros estamos casi acostumbrados a estas situaciones, con una sensación de inseguridad y prevención para todo.

Luego de las correspondientes evaluaciones, exámenes, toma de muestras, visitas, testimonios, repetir 345 veces la historia, palabras como: Tenaz, uishhh, ¿cómo?, pobrecita, qué vaina, lo siento, ¿cómo te sientes?, ¿necesitas algo? ¿Y quién te hizo esto? ¿Cogieron al tipo?, si necesitas algo sólo dímelo, entre otras, Patico fue remitida a otro hospital debido a que era necesario hacer un mejor examen de su quijada para saber si debía ser intervenida quirúrgicamente. Estábamos Patico, un amigo y yo hablando, cuando llegaron dos paramédicos con la orden de trasladarla.

Ya comenzaba a sentirme en un paseo de la muerte pues durante todo el proceso Patico pasó por tres hospitales, más que todo porque en dos de ellos no estaba el especialista o el equipo necesario para evaluar su mandíbula. Los dos paramédicos llevaron a Patico hasta la ambulancia. En el parqueadero noté que había por lo menos siete ambulancias disponibles para emergencias. En una de ellas la acomodaron y nos permitieron a Juan Carlos y a mí acompañarla hasta el otro hospital.

La ambulancia tenía todos los juguetes, equipos, instrumentos, mejor dicho, faltaba que tuviera piscina. Viajamos hacía el hospital de Liverpool; La conductora y yo adelante, Juan Carlos atrás con Patico y el paramédico a su lado pendiente de ella. Después de casi 40 minutos de camino llegamos a Liverpool.

Allí los paramédicos cargaron a Patico y siempre estuvieron pendientes de ella. Debo destacar que uno de ellos me dijo que la paciente era su responsabilidad y hasta que no la dejaran ubicada en una habitación o bajo el cuidado de un médico no la abandonarían. Aquí se me salió un ¡guau! Al rato apareció una de las encargadas preguntando por el caso y por el estado de Patico. Ya nos iba a cobrar un dinero por recibirla, pero le dijimos que Patico contaba con un seguro, por lo que nos recibió sin inconveniente, aunque aseguró que el hospital estaba lleno y no había cuartos suficientes. Al final, trató de buscarnos una habitación y como no había, nos mandaron a un consultorio ortopédico. Allí los paramédicos bajaron a Patico a la cama y en ese momento apareció la dueña del consultorio con un paciente, haciendo una cara de ¿ustedes qué hacen aquí?. Los paramédicos, ya incómodos, tuvieron que subirla nuevamente a la camilla e ir a buscar otra habitación. Terminamos en otro consultorio esperando la atención del médico respectivo.

Pasados unos minutos apareció. Era un indio, de la india por supuesto, no piensen mal. Llegó disculpándose por la situación que pasamos en el hospital, argumentando que este era el hospital de Liverpool, como queriendo decir que era más pobre, lleno de pacientes y algo desordenado, lo que realmente no nos pareció, pues creo que siempre estuvimos bien atendidos. Luego, el hombre saca las radiografías y las ubica en la pantalla y comienza a explicarnos lo que había que hacerle a Patico. No entendí mucho, pero decíamos yes, mmm ok,,, yes…mmm… ahhh of course yes…

Lo que confirmaba era que teníamos que esperar para evaluar a Patico con un equipo especial y decidir si era necesaria una cirugía. El doctor le dijo a Patico que se acomodara en una silla para darle un vistazo a su cara. El hombre la tomó por la cabeza e intentó suavemente acomodar su mandíbula; luego hizo la pregunta de rigor ¿duele?. Patico sintió como si un sobandero, de esos a los que mi mamá me llevaba cuando me dislocaba un hueso, estuviera intentando cuadrarle la mandíbula. Su grito fue inminente. Creo que no fue necesario afirmar que le dolía.

Las radiografías mostraban que efectivamente había una dislocación de un hueso. Afortunadamente luego del examen no fue necesario hacer cirugía, simplemente la anestesiaron, cuadraron el huesito y arreglado el asunto. Lástima que con eso Patico volvió a su acento natural, pues con el golpe tenía un acento inglés casi que perfecto, quien la viera pensaría que era australiana de raca mandaca.

Patico fue incapacitada por varios días lo que significó que debió ausentarse de su trabajo. Para sorpresa mía, su jefe accedió a pagarle la incapacidad – todavía no me la creo-. Pues aquí prospera la ley de: si te enfermas te jodes, en especial si tu jefe es latino o asiático. Aunque al final de la incapacidad su jefe la llamaba insistentemente para saber cuándo iba a regresar, pues aunque Patico ya podía trabajar, perfectamente pudo tomarse sus días de incapacidad para descansar.

El seguro de su trabajo cubrió todo y Patico no pagó nada, bueno, pagó la novatada, pues en Colombia nunca le pasó algo similar.

De lo poco que se salvó fue el celular, pues Patico lo llevaba en su bolsillo. Claro que la golpiza hubiera sido más grande donde este man le diga: deme el celular, y Patico le responda: Claro, 0425 874 XXX

A la conquista!!!