

Tratando de nivelar el impacto de las economías australiana y colombiana, nuestro siguiente objetivo era buscar un lugar cómodo, cerca al colegio, a las estaciones del metro y, lo más importante, que mantuviera la premisa de los tres elefantes: Bueno, bonito y barato.
Como en todo territorio, aquí existen lugares donde se pueden pagar por el alquiler unos 3000 AUD (AUD = Dólares australianos) por semana, así como cuarticos minimalistas –léase garaje, cochera, lote- por unos 50 AUD a la semana.
Como los primeros días hay que cuidar el presupuesto y aún no se nos borraba la mañita de convertir todo a pesos, le apuntamos a lo económico, cual vivienda de interés social. Mirábamos opciones de hasta 100 AUD la semana en varios lugares y en sitios en internet donde personas buscan “Roommates” , compañeros de cuarto o “Flatmates” compañeros de apartamento.
Durante esta travesía por estas tierras lejanas, Juan Camilo conoció a otra colombiana, Eileen, y ella se unió a nosotros en esta aventura, porque como decimos en la tierrita: Donde comen dos, comen tres.
Buscando varias ofertas por internet nos encontramos con una ganga realmente imposible de rechazar; rentaban una casa con cuatro cuartos, baños y demás en 650 AUD. La oportunidad era perfecta; barata, grande y si buscábam
os uno más, pues podríamos pagar un precio asequible, y estaríamos todos en un solo sitio por fin. Un llamadita y acordamos la cita con la arrendataria; su nombre AMANDA. Nombre común para nosotros por lo que suponíamos era latina o de tierras amigas.
El encuentro se programó para las cuatro de la tarde. Como estábamos lejos del punto de llegada, salimos apurados y tomamos un tren para llegar. Había llovido e
se día y el frío era algo intenso. Al destino arribamos con tiempo, pero como Adán el día de la madre: Perdidos. El instinto latino nos insistía que estábamos cerca; sin embargo, Juanito le preguntó a una veterana para que nos diera una idea de dónde estábamos. Por la cara que hizo esta señora entendimos completamente su mensaje: Estábamos dos cuadras abajito de la p… m… La hora de la cita se acercaba y esta señora - por cierto de ojos azules y muy linda – se ofreció a llevarnos hasta donde necesitábamos ir. ¿Cómo?, pues sí. Salimos de la estación del metro, caminamos media cuadra y nos subimos a su carro. Allí nos contó que era inglesa y nos había ayudado al ver nuestras caras de perrito con hambre y regañado, y le parecimos muy buenas personas.
Efectivamente unos cinco minutos de viaje después llegamos al sitio indicado. Buscábamos el número 132 y la casa 7. Ya era de noche y aún había una leve llovizna. Encontramos la casa metida en un callejón. Parecía un vecindario tranquilo y popular porque en algunas casas las personas tenían colgada la ropa afuera para que se secara. Timbramos y salió un señor irlandés a atendernos, le preguntamos por Amanda. Ella no estaba. Mientras llegaba, una niña africana nos comenzó a mostrar la casa; era grande, amplios cuartos, aunque bastante desordenada, tal vez por los mismos inq
uilinos que así la mantenían. Al momento llega Amanda, una señora asiática, china, vietnamita o de algún país de aquellos. Con un inglés algo enredado nos termina de mostrar la casa. En esos momentos aparecen los demás inquilinos: Dos irlandeses, un indio, la niña de África, Amanda, Juanito, Eileen y yo. Aquí comenzaron las sorpresas; no sé en qué parte de la película Amanda asumió que íbamos ya a arrendar la casa y comenzó a imponer sus condiciones: Sólo podíamos trastearnos a la casa tres semanas después porque había que esperar a que los anteriores inquilinos la desocuparan. Aquí comencé a inquietarme. ¿Perdón, aquí quiénes son los clientes?, ¿Cómo es eso de que uno paga antes y luego se pasa a vivir? Noooo, a mí me criaron con el dicho de plata en mano y c… en tierra. Pero no, según Juanito aquí se negociaba así y había que pagar tres semanas por anticipado, más un deposito y aparte de todo, debíamos esperar a que nos desocuparan la casa en dos semanas. Pues no!!!! Comencé a desconfiar de aquella señora, además porque gritaba por todo; no sé si es que así hablaban en su país pero era medio mandona y se suponía que los clientes éramos nosotros. Para completar este circo internacional, los actuales inquilinos –les daré un nombre para identificarlos, mmm… Sapos, sí, sapos está bien– comenzaron a meterse en el negocio. A decirnos “Ey, aprovechen que la oferta es buena, que no van a conseguir algo así jamás, etc.. etc…” , y claro era una jerga de palabras irlandetailandeindiavietnacolombianas que no se entendía de a mucho. Los minutos corrían y el ambiente se ponía tenso pues había un choque de culturas.
La cultura de Amanda era “ud vinieron, la vieron, me pagan por adelantado y esperan tres semanas”, y la mía era “Lo siento, si pago la quiero de una, pero para ser sincero no me gusta y como dicen: De esto tan bueno no dan tanto”. Me metí en la cabeza la idea de deshacer el negocio, pues no me gustaba la gritería ni el acoso desesperado de esta señora Amanda; chillaba más que una cajada de pollos y a cada rato nos decía “CASSSSHHHHHHHHHH, CAAAASSSHHHHHHHHHHHH, MONEEEEEYYYY MONEEEEEEY”. Estaba por pensar que se había vuelto loca, pues comenzó a ser súper insistente con el tema, sin siquiera preguntarnos si queríamos tomar la casa o no, pues ella asumía que el negocio estaba hecho. Aquí nuestro traductor de cabecera Juanito decía que esa era la cultura y como se hacían los negocios aquí, que si no rentábamos ahí mismo, la señora se sentiría ofendídisima pues faltaríamos a nuestra palabra. Pues como dijo el bigotudo Serpa: “ ¡Mamola! No hay negocio, y nos vamos ya”. Juanito preguntó por última vez cuánto debíamos dar para tomar la casa; Amanda hizo las cuentas y no debíamos sino tener disponibles 4.000 AUD para hacer el negocio. ¿What? Le dijimos que aún así no teníamos esa cantidad de dinero disponible. Y ella seguía insistiendo en su inglés masticado “How much you have?, go to the cash machine, MONEEYYYYYYYYYYY, CASSSHHHHHHHHHH, CAAAAAAAAAASHHHHHHHHHHHHHHHHH. Estaba desesperada, brava, gritona, cansona, de todo. Parecía uno de aquellos vendedores de San Andresito de la 38 que dicen “Cuánto tiene, espere no se vaya, cuánto ofrece, deme tanto y lléveselo…” Es decir, doña cajada de pollos gritona mostró el hambre: grave error, pues el que muestra el hambre, NO come. Aquí la situación ya era preocupante pues faltaba que nos pegara o sacara un cuchillo para hacerse el harakiri, no sin antes agarrarnos a puñaladas. Para calmar a esta esposa del mico, simulamos aceptar la oferta y que al otro día le traeríamos 200 AUD para “pisar” el negocio. Ufff eso fue como si le hubieran otorgado la nacionalidad estadounidense. Se calmó, no sin antes preguntarnos unas trescientas cuarenta y dos veces cuánto dinero le íbamos a traer mañana. Sonrisita hipócrita y a volar. ¡Dios! Casi no regresamos vivos de esa casa. Salimos bien tarde, con frío y aún sin casita, pues me prometí no volver a ver a Amanda en mi vida. Aún tenía el zumbidito en el oído cada vez que gritaba “CASSSHHHHHHHHHHHH, CASSSSHHHHHHHHH, MONEEEEYYYYYYYY”…
No pude salir cantando “Yo tengo ya la casita, que tanto te prometí…”
Continuará
Nota: Hablando un poco de CASSSSSHHHHHH CASSSSHHHHHH como decía mi amiga Amanda, debo aclarar que no todo en la vida es dinero; también están las tarjetas de crédito, los cheques, los bonos del tesoro, entre otras.
Retomo esto porque alguno de mis lectores de estas croniquillas me preguntó acerca del presupuesto para armar un viaje así. Bueno, en dólares americanos diría que son unos US 12.000 al cambio de hoy. En otro escrito desglosaré este presupuesto.
Bueno retomando nuestras líneas. He llegado a Buenos Aires. Allí me alojé en un hostal cercano al centro de la ciudad. Es ideal para personas que hacen escalas o son todo terreno, pues es lleno de extranjeros, ambiente familiar y “atendido por su propietario”.
Claro, no todo fue de película. Llegué como a las 10:00 a.m. y el check-in comenzaba a las tres de la tarde. Con ganas de una ducha me dejaron, y por lo menos, me guardaron las maletotas, mientras me fui a dar una vuelta por los alrededores. En Buenos Aires cada calle, avenida o trocha tiene un nombre, por lo que, con mapita en mano,
es fácil ubicarse.
Entonces a visitar la casa rosada, el obelisco, la plaza 9 de mayo, y demás. Ésta es una impresión muy personal, pero aunque se ven cosas bonitas, en especial la arquitectura, vi lugares muy desordenados – vendedores, trancones, volantes,-. Hice las preguntas respectivas y me dicen algunos que doña Cristina está dejando caer Buenos Aires; lo lamento si así es.
De regreso al hotel me he encontrado con un colombiano. Saludo de mano, con abrazo de oso incluido. Aquí la gente se une con su gente; intuyo que así será en todos los países. Él, médico joven, estaba de vacas por tierras gauchas. Me presentó a dos brasileras, una de ellas muy “churrita ala”. Ellas practicando el español y yo el portugués, del cual solo sé decir jogo bonito, por aquello del comercial de nike. Al segundo
día nos fuimos en tren para un sitio denominado el Delta. Allí se unen varios ríos y dan paseos en ferry o lanchas rápidas. Es a una hora de camino desde la estación central de trenes. Y los trenecillos bonitos pero con una mano de pueblo que me hace pensar ¿por qué la gente critica tanto transmilenio?. Vengan y se dan una vueltica en este tren.
Luego del paseo en lancha, terminamos en un parque de diversiones. Había una montaña rusa bastante intimidante y allá nos metimos. Cómo sería esta montañita, que un par de turnos antes la cerraron por unos 15 minutos por una “emergencia estomacal” de uno de sus usuarios. El pobre no aguantó el ritmo y dejó su huella – guasqueada que llaman- en alguno de los asientos. Una vez montados, pues a volar!!!!! Y avemaría qué vértigo tan bravo! Apenas dura un minuto larguito, pero uno siente que son horas y horas de vueltas y empujones. Cuando nos b
ajamos, aquellas dos brasileras no nos querían ni ver. Una llorando y la otra en shock sólo atinaron a decir en un español entendible : NUNCA MÁS!!!!
A Alejandro, el otro colombiano compañero de aventuras, también lo golpeó la montaña y salió rebotado. En fin a todos nos pegó durito ese animalito.
De regreso al hotel, comenzaron las despedidas respectivas, y bueno según las brasileras los colombianos somos muy decentes, caballeros, amables y estaban felices con nosotros. Claro, también con los
argentinos, según ellas pues el casting estaba la locura; Así que colombianas, por aquí hay mercado de sobra y con ese acento pues… por el lado de las argentinas, no sé si se escondieron, porque vi una que otra, aunque el acento sí es influyente.
El abrazo de oso llegó a media noche al hotel, no sin antes dejarles un par de chocolates como recuerdo. Ellas se quedaban y yo arrancaba rumbo a Ezeiza. Nos despedimos con un gran abrazo, beso y tarareando: No llores por mí Argentina. Adiós Buenos Aires y adiós América.
El taxista que me llevó a Ezeiza, todo un bacán. No como el de la llegada, hablamos un rato de lo bueno y lo malo de Argentina. Quién mejor que un taxista para hablar de su ciudad. Me explicó cómo era la Buenos Aires de antes, y cómo estaba ahora. Hasta de doña Cristina me habló.
Siendo la 1 a.m. llegamos a Ezeiza, me registré y todo normal. Esperando el vuelo para dejar América. El cansancio mostraba sus dientes y no veía la hora de estar sentado en ese avión. Para destacar, a un pasajero le quitaron varios productos de mano líquidos de su equipaje de mano y comenzó a tirarlos contra el piso; ent
ró en cólera. Todos pensábamos: Leíste las instrucciones boludooooooooooo! Parece ser que no lo dejaron subir al avión porque no lo vi adentro, y qué peligro un man de estos. Mínimo se molesta porque no hay papel en el baño del avión y va a coger a patadas al piloto.
El avioncito, un Airbus A-340, estaba como nuevo, bañadito, oliendo a bonito y bien arregladito. Allí esperaba comenzar a practicar otro idioma con mi pasajero de al lado, pero ¡Oh sorpresa!, era colombiano, de Bucaramanga; bueno, aprendí a decir ole, toche y pingo.
En pleno carreteo y con ganas de dormir el avión fue devuelto por una “falla técnica”. Ahí nos tuvieron como dos horas. Después de la larga espera: A volar!!!!!!!
Continuará…